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Tenerife, 1966

 

Desde sus pinturas de los años 90 hasta los objetos reutilizados en los 2000, el trabajo de Schwartz ha transitado hacia un simbolismo conceptual cada vez más profundo. A partir de 2005, la incorporación de la luz en sus obras introduce una "lógica del extrañamiento" que revela tensiones entre lo permanente y lo efímero, lo estable y lo mutable, lo claro y lo oscuro. Esta dialéctica de opuestos genera múltiples capas de significado en las que las piezas despliegan todo su potencial narrativo y simbólico.

Schwartz logra que objetos comunes pierdan su función original y adquieran nuevas lecturas: aunque su apariencia se vuelva ambigua, conservan su esencia. En este juego de descontextualización, la luz blanca se convierte en elemento clave, cargado de referencias históricas y espirituales.

 

 

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